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2022-10-15 01:19:31 By : Ms. Jessie Zeng

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Las sesiones de diálisis diarias de Brenda Costa Torres duran entre 10 y 11 horas. Desde mediados de julio, se da el tratamiento en su hogar de Vegas Arriba, un barrio del municipio de Adjuntas, situado en la zona montañosa del centro de Puerto Rico. Cada noche, sobre las siete, se conecta a la máquina y comienza el tratamiento que necesita para su insuficiencia renal. Una vez conectada, debe permanecer inmóvil hasta las cinco de la madrugada del día siguiente, que es cuando suele acabar todo el proceso. Si por alguna razón el procedimiento se interrumpe por más de media hora, se pierde todo. Hay que tirarlo y empezar de nuevo. “Es drenante”, suspira la mujer de 35 años.

Este proceso ha sido aún más agotador debido a que Costa Torres vive bajo el temor constante de que se vaya la luz y se interrumpa el tratamiento. En los dos meses que han pasado desde que empezó a hacerlo desde su casa, se ha quedado sin luz seis veces. Según cuenta, en ocasiones el apagón ocurrió en plena diálisis, pero afortunadamente el servicio se restauró rápido y pudo terminar. Pero eso fue suficiente para que su familia se desesperara y buscara alternativas. Acudieron a Casa Pueblo, una organización de autogestión comunitaria en Adjuntas que lucha por la conservación e impulsa el uso de la energía solar.

“El planteamiento inicial que yo les hice era que energizaran solamente el cuarto de mi hija, cosa que, si hubiese cualquier eventualidad, ella pudiera darse el tratamiento y darnos la tranquilidad a nosotros”, cuenta Domingo Costa Feliciano, el padre de Brenda Costa Torres. Pero la dirección de Casa Pueblo decidió donar a la familia suficientes placas solares para la casa entera, un sistema valorado en entre 8.000 y 10.000 dólares.

El pasado 17 de agosto, les instalaron seis paneles solares en el techo. El nuevo sistema complementa la red eléctrica tradicional. Es decir, la familia consume tanto la energía que generan las placas como la electricidad de siempre. La energía solar que sobra se almacena en un banco de baterías de respaldo que pueden usar más adelante o en caso de que la red eléctrica falle y haya un apagón. Como ocurrió este domingo pasado, cuando toda la isla se quedó sin electricidad dos horas antes de que el huracán Fiona tocara tierra. El ciclón de categoría 1 tumbó la red eléctrica el 18 de septiembre, y casi una semana después, buena parte de la isla continúa sin servicio eléctrico y sin agua potable. Pero, en medio de la crisis causada por Fiona, Costa ha seguido dándose su tratamiento desde su hogar, que se ha mantenido alumbrado gracias al sistema solar que recibió el mes pasado.

La familia Costa Torres no es la única que ha hecho este cambio. Cada vez son más los puertorriqueños que están instalando placas solares en sus hogares y negocios, convencidos de que el sol es la fuente de energía más resiliente, además de ser la opción más barata, mejor para el medio ambiente y que está al alcance de todos en la isla. Uno de los motores detrás de esta transformación fue el huracán María. Hace cinco años, la tormenta de Categoría 4 atravesó la isla el 20 de septiembre y se llevó consigo el tejido eléctrico del país, causando “el apagón más grande de la historia de Puerto Rico”, recuerda Fabio Andrade, ingeniero eléctrico y profesor asociado del recinto de la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Entre otras cosas, el país se quedó sin electricidad, sin agua potable y sin sistemas de comunicación. Algunas familias estuvieron más de un año sin energía eléctrica ni agua potable.

“En los últimos cinco años, María hizo que muchas organizaciones se juntaran, mucha gente se organizara, para alcanzar al menos un mínimo de energía solar”, dice Andrade. El movimiento hacia esta fuente de energía ha sido de abajo hacia arriba, encabezado por las comunidades y los barrios. Mientras que el pueblo ha estado en pie de lucha en la búsqueda de una fuente de energía resiliente y limpia, el Gobierno ha hecho “poco”, lamenta el ingeniero. La oficina del gobernador aprobó en 2019 una ley que requiere que el 100% de la electricidad provenga de fuentes renovables para 2050. No obstante, el 95% de la electricidad sigue viniendo de fuentes no renovables, al igual que antes del huracán María, según los últimos datos publicados en agosto por el Negociado de Energía de Puerto Rico.

Por su parte, el Gobierno estadounidense ha aprobado 12.000 millones de dólares en fondos federales desde 2017 para restaurar y modernizar la red. Sin embargo, el sistema continúa igual: hecho pedazos y dependiente de fuentes no renovables. Puerto Rico es un territorio no incorporado de Estados Unidos, por lo que depende de Washington en muchos aspectos y cuando hay una catástrofe como María, la isla mira hacia el Gobierno federal para que ayude a financiar la recuperación.

Pero esta vez muchos han decidido no esperar y tomar cartas en el asunto. En gran parte, quienes se han pasado a la energía solar, han sido inspirados por grupos y proyectos comunitarios como Casa Pueblo. Cuando la organización instaló cuatro paneles en su techo hace más de 20 años, fueron los primeros en hacerlo en toda la isla. “Cuando empezamos en el 99, la energía solar era una idea que solo una minoría podía entender o reconocer como una ruta de futuro. Pero ya no”, señala Arturo Massol Deyá, director asociado de la organización. “Ahora estamos en plena transformación. La población está, en términos generales, educada, consciente de la alternativa y la prefiere”.

Según un estudio realizado por Casa Pueblo y la Universidad de Puerto Rico, hasta enero de este año, 42.199 sistemas solares de techo se inscribieron en el programa de medición neta de la isla, lo cual mide la cantidad de clientes que han conectado sus sistemas de energía solar a la red eléctrica tradicional. Esa cifra supone un incremento de más de 3.500% desde 2014. Y esos son solo los sistemas de los que hay constancia. Otros miles están en funcionamiento, pero no están conectados a la red y, por tanto, no se pueden contabilizar. Massol Deyá lo denomina la ”insurrección energética” de Puerto Rico. “Vamos en ruta de cambio”, sintetiza.

Al igual que la familia Costa Torres, muchos en la isla han recurrido a la energía solar por necesidad y por hartazgo. Están agotados de depender de una red eléctrica que el Gobierno ha sido incapaz de restaurar después de que el huracán María la destruyera en 2017. “Las comunidades sufrieron más por la falta de energía que por el mismo huracán. Mucha gente murió por no tener la electricidad”, desarrolla Andrade. Un estudio de la Universidad de Harvard cifra en 4.645 el número de muertes relacionadas con los efectos catastróficos de María.

Costa Feliciano, el padre de Brenda, cuenta que su familia estuvo 183 días sin electricidad tras el paso del huracán. Eso es más de seis meses. “Durante María, vivimos en carne propia la carencia, la necesidad y la desesperación”, relata Costa. Dice que vio a amigos del barrio, de toda la vida, morir por la falta de electricidad. Algunos porque no pudieron darse la misma diálisis que hoy día su hija necesita. Esos eran los recuerdos que corrían por su mente cada vez que, cinco años después, se tumbaba la corriente eléctrica en su casa durante el día y pensaba que, si no regresaba antes de que anocheciera, su hija no podría darse el tratamiento.

La destrucción que dejó María “fue aún peor porque Puerto Rico venía de una crisis económica muy fuerte”, señala Andrade. “La Autoridad de Energía Eléctrica estaba en ese momento y sigue en quiebra. El Gobierno estaba y sigue en quiebra, con una deuda de más de 70.000 millones de dólares. Entonces, no había manera de levantar el sistema eléctrico”, explica el ingeniero. Cuando se logró restaurar el servicio por completo un año después, se hizo como se pudo: sin diseño ni planeación. “Si había una subestación que entregaba energía a un sector, pues quedó modificada y ahora le entrega energía a dos o tres sectores. O si un cable se cayó, pues se conectó con otra línea”, detalla Andrade.

Se levantó en pedazos y así se ha quedado. “Ahora el problema es que, si hay cualquier disturbio en la red, casi que tumba la red completa”, sintetiza Andrade. “La red está descontrolada, altamente lastimada y funciona con un balance que es bastante débil. Por ejemplo, si todos prendemos el aire acondicionado en estos calores, la red no puede manejar la sobrecarga y se cae o coge fuego”, desarrolla. Esa inestabilidad es la causa de los apagones constantes que vive la isla.

La solución del Gobierno fue privatizar el servicio de electricidad, que hasta entonces era operado por una agencia pública. Con la promesa de reconstruir la red, le otorgaron un contrato de 15 años al consorcio privado Luma Energy para que se encargara de la transmisión y distribución de la energía en la isla. La compañía asumió el cargo el 1 de junio del año pasado. Diez días después, el 10 de junio, Puerto Rico vivió el primer apagón con Luma: una explosión en una subestación de distribución de energía en San Juan dejó sin servicio a casi un millón de personas. Ocurrió otra vez el 22 de febrero de este año, cuando un fallo en una línea dejó a 700.000 clientes sin servicio. Un día después, otra explosión dejó a varios sectores sin electricidad. Hubo otro apagón masivo el 6 de abril, cuando una avería y otro fuego en la central eléctrica Costa Sur, en el sur de la isla, dejó al país a oscuras. Y el apagón más reciente comenzó este domingo, con la llegada del huracán Fiona, y continúa.

“El Gobierno trajo a Luma y eso fue peor. No sabemos qué es lo que Luma quiere hacer ni cuál es su plan. Y aunque Luma quisiera hacer algo bueno, no conoce el sistema eléctrico. Entonces, está tratando de apagar fuegos en algún lado y generando problemas en otro”, lamenta el ingeniero. “El problema los ha sobrepasado”.

Las interrupciones constantes, junto a los siete incrementos consecutivos en el precio de la luz, que ha hecho que las facturas mensuales de los clientes se disparen un 58% en el último año, han provocado protestas masivas. Los puertorriqueños consideran que Luma no ha sabido manejar el caos en el que se encuentra la red eléctrica desde María y rechazan que siga a cargo de ella. La protesta más reciente ocurrió el pasado 23 de agosto. Cientos de personas tomaron las calles del Viejo San Juan, en la capital, y se concentraron frente a las puertas de la mansión del Gobernador, Pedro Pierluisi, para exigir que el Gobierno cancele su contrato con la compañía. Pierluisi, por su parte, no ha cedido a los reclamos del pueblo. Dice que Luma está “en probatoria”, pero que por el momento el consorcio seguirá a cargo de la red.

Mientras tanto, distintas comunidades por toda la isla han encontrado en la energía solar un salvavidas. Una de ellas es la de Adjuntas. Cuando el ojo del huracán María alcanzó este pueblo sobre las 10 de la mañana hace cinco años, el municipio entero se quedó sin luz. Menos un edificio antiguo, de color rosa, situado en el centro del pueblo, a unos 100 metros de la plaza principal y con un techo repleto de placas solares. “En ese momento, Casa Pueblo verdaderamente se convirtió en la casa del pueblo”, cuenta Alexis Massol, quien hace 44 años fundó la organización. “Aquí había energía solar, algo que la gente necesitaba. Nosotros cogimos ese oasis energético y le dijimos al pueblo: esto es tuyo. La gente lo agarró y se hizo de ellos”, añade con una sonrisa Massol, quien en 2002 fue galardonado con un Premio Goldman, considerado el Nobel de Medio Ambiente.

Los adjunteños iban a Casa Pueblo a recargar sus equipos eléctricos, a recibir terapias de salud o artículos de primera necesidad y medicinas. Además, la entidad repartió 14.000 lámparas solares. Esto hizo que la gente comenzara a verlos como “un referente en el tema de la energía”, cuenta Arturo Massol Deyá, director asociado de la organización e hijo de Alexis. “Reconocieron a Casa Pueblo como un lugar que tiene autonomía energética en un escenario de mucho sufrimiento y donde el Gobierno fue incapaz de responder”, añade el también profesor de microbiología en la Universidad de Puerto Rico. Massol Deyá recuerda que antes del huracán, la gente iba a Casa Pueblo a ver el sistema solar, que les parecía “atractivo, pero como algo exótico, lejano e inalcanzable”. Pero, tras el paso de María, hubo “un salto cualitativo y de conciencia”. Empezaron a reconocer “la alternativa solar como una ruta de cambio viable y necesaria”, apunta.

Entonces, Casa Pueblo lanzó su “insurrección energética” desde Adjuntas. A cinco años del huracán, han liderado una transformación solar pionera a escala comunitaria, con la colaboración de distintas ONGs y universidades de todo el mundo. La iniciativa, llamada Adjuntas Pueblo Solar, tiene como meta que el municipio alcance la autosuficiencia energética mediante el sol para garantizar seguridad y estabilidad ante cualquier otro desastre natural en el futuro. Como parte del proyecto, Casa Pueblo ha donado cientos de sistemas solares para energizar negocios y hogares, especialmente aquellos donde residen personas con enfermedades crónicas, como la familia Costa Torres.

Además, la organización está a punto de terminar dos microrredes que conectarán varios negocios del casco urbano del pueblo para que operen independientes de la red eléctrica tradicional. Una microrred “es una pequeña red eléctrica que actúa como un ecosistema”, explica el ingeniero Andrade, quien dirige el Laboratorio de Microrredes de la Universidad de Puerto Rico. En el caso de Adjuntas, producen energía a través de paneles solares colocados en los techos de los negocios para uso de cada comerciante.

La microrred también permite la interconexión de varios generadores. Es decir, los negocios que generan su propia energía también pueden almacenarla en una batería y compartirla con otros que estén conectados. Pero esta última fase aún no está en marcha en Adjuntas. Casa Pueblo espera recibir las baterías que conectarán los negocios a finales de este año, y una vez se instalen, las dos microrredes operarán como dos islas. Si la red eléctrica vuelve a fallar, esos comercios seguirán encendidos y podrán atender las necesidades básicas del pueblo. Otros dos municipios de la isla están diseñando y construyendo sistemas parecidos al de Adjuntas.

Las microrredes de Adjuntas están situadas al norte y al sur de la plaza principal del pueblo. Entre los dos sistemas, hay una panadería, una pizzería, dos mueblerías, una farmacia, una ferretería, una tienda de venta y reparación de computadoras, un contable, una tienda de celulares, una iglesia y un gift shop (tienda de regalos). Todos estos comerciantes forman parte de la Asociación Comunitaria de Energía Solar Adjunteña (ACESA), la organización a la que pertenece la microrred. Aunque Casa Pueblo la diseñó, construyó e instaló, quiso que pasara a ser manejada por los comerciantes, quienes firmaron un contrato de 30 años con ACESA.

Al ser dueños de la infraestructura y la energía que producen, los comerciantes esencialmente deben comprarse la energía a sí mismos. ACESA estableció una tarifa fija de 25 centavos por kilovatio, que era el costo de la electricidad hace un año, cuando se fundó la asociación (ahora ha subido a 33,4 centavos). Parte de ese dinero es para la operación y mantenimiento de la microrred y otra para un fondo de emergencia, “por si algo se daña poder arreglarlo“, resume Massol Deyá, de Casa Pueblo. “El otro grueso es para un fondo de reinversión, para trabajar con otros comerciantes que se unan a esta ecuación y para hacer instalar sistemas solares en casas de personas de bajos recursos”.

Ángel Gustavo Irizarry fue elegido presidente de ACESA. Su pizzería, Lucy’s Pizza, es uno de los comercios incluidos en las microrredes. Como a todos los comerciantes del área, a Irizarry el huracán María le pasó factura. Durante los tres meses después de la tormenta, gastó 17.000 dólares solo en combustible diesel para llenar sus generadores y mantener abiertas las puertas de su negocio en pleno apagón. “En ese momento me di cuenta de que tenía que cambiar algo”, recuerda.

La necesidad que vio entonces se hizo más palpable con la llegada de la nueva compañía de electricidad, añade el joven comerciante. “Cuando se avecinó Luma, fue como otro huracán. Fue una inseguridad brutal. Entre los comerciantes pensábamos: “Ahí viene un huracán, hay que estar pendientes, hay que estar preparados”. Y efectivamente, los pronósticos no fallaron: apagones, bajones de voltaje. Cuando menos te lo esperabas, ¡boom, boom! Se iba la luz”, cuenta Irizarry. “Ahora, los que tenemos energía solar ni nos damos cuenta cuando no hay electricidad. Estamos protegidos. Nos damos cuenta porque lo vemos en las redes o porque nos lo dicen los vecinos”. Una tranquilidad que demuestra que la insurrección energética puede ser una alternativa real para iluminar la isla.

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